Hace unos años viví en una bella casa en las sierras de Córdoba; allí reflexioné mucho acerca de cómo fue que abandonamos el silencio. En las mañanas, salía de la casa y allí, a unos pocos metros, estaba el río y más atrás se venía la montaña.
El agua era una superficie oscura, silenciosa y pulida, apenas interrumpida por enormes piedras blancas. Sobre esas redondas pronunciaciones fluviales se reunía una infinidad de pájaros enormes y desconocidos para mis modos de exiliado citadino.
La casa se hallaba en la última esquina del pueblo; más allá el monte hirsuto, la adusta montaña, los árboles centenarios. Solía sentarme en las mañanas en la galería y dejaba que el día iniciara en mí su trayecto lento; o bien a la tarde, que finalizaba en mí su misterioso mensaje.
Yo venía del ruido eterno de la ciudad. Martillos neumáticos, bocinas, escapes libres, vendedores ambulantes. Por todas partes se oía el repiqueteo de taladros y usinas. Llenaban las calles piquetes de protesta, ciudadanos airados.
Los cafés escupían música a todo volumen (chipún-chipún-chipún) y televisores en modo mute. Todo era griterío de chicos, urgencias de ambulancias, policías desaforados, noticiarios violentos, timbres de teléfonos.
Me cansaba la insolencia de los vendedores, la apretujada manada de seres humanos cada mañana en el metro y la amargura de los jubilados en la plaza. Estaba harto de las bombas lacrimógenas y las sirenas de los patrulleros.
Huía de los tiros de los delincuentes, los robos a mano armada, la violencia salvaje de los estadios. Hastiada estaba mi alma de los discursos de los políticos, los anatemas de los predicadores solitarios en la peatonal, las bachatas de Romeo Santos y los vendedores de diarios.
Me había escapado de tantas cosas. Las esperas interminables en el banco, en la terminal, en el aeropuerto. Lo mismo en la caja del supermercado, en la recepción de la dentista, en el paradero del colectivo.
Ojalá callarais por completo, porque esto os fuera sabiduría
Job 13:5 (RVR1960)
Hoy, a medio camino entre el silencio y la ciudad, busco un amparo, un respiro, un rincón chiquito donde la vida se detenga. Aunque sea un poco, que se detenga y me permita pensar, me permita leer, me permita escribir, me permita ser.
¿Cómo fue que abandonamos el silencio? Porque las generaciones condenadas al ruido podrían tener, si les queda algo de fortuna, una segunda oportunidad sobre la tierra…
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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