Descreer como confrontación y posibilidad. No es una falta ni un error; mucho menos un pecado. Veamos cómo:
Las frases que prometen felicidad y solución a todos los problemas contradicen la complejidad de la existencia humana. Por eso, descreerlas no explica ni implica falta de fe ni de espiritualidad.
Eliana Valzura, “Sabactani”
Estas palabras convocan a una necesaria y urgente sobriedad. Advierten sobre el delirio provocado por discursos, textos e imágenes que prodigan recetas para la solución de los conflictos humanos.
Así, se crea un orden aceptado en el que se impone una noción de felicidad relativamente accesible y permanente. Es entonces cuando uno se enfrenta a descreer como confrontación y como posibilidad.
Basta una simple observación para darse cuenta que, por todas partes, la realidad supera a esta lógica optimista. Los hechos impactan continuamente el relato ganador con el contundente contraste del infortunio, el dolor y la muerte. No hay que ir muy lejos para darse cuenta de esta discrepancia entre el mensaje y la realidad.
Entonces, confrontado por la tremenda realidad de la vida tal como es, el discurso se reacomoda. Aprieta con fuerza la solidez de su tesis optimista. Culpa al pobre ciudadano del reino —o a algún oscuro enemigo— la causa del evidente desencuentro entre las palabras y los hechos.
Los damnificados del sistema son, por lo tanto, intimados a revalidar su confianza en el imaginario institucional. Deben seguir creyendo hasta el día que los hechos se alineen con la doctrina del status dominante. En una atmósfera así de pesada, descreer se tilda de falta de fe o de espiritualidad.
Por eso, habría que considerar la idea de descreer como confrontación y posibilidad.
Tarde o temprano —frecuentemente más tarde— se hace inevitable que algunos angustiados súbditos lleguen a la desalentadora conclusión de que el discurso se contradice con la complejidad de la vida humana.
Esta revelación los enfrenta al dilema de insistir en una espiritualidad inconsistente con los hechos o renunciar a seguir creyendo en el optimismo. No es un capricho intelectual lo que los ha conducido a tan incómodo predicamento. Es la violencia del sufrimiento vivido.
A esta violencia, si resuelven descreer, verán agregado el dolor de ser etiquetados como personas de poca fe o de espiritualidad deficiente. Serán muy pocos los que reconocerán en ellos un ejemplo extraordinario de integridad y consecuencia.
No es poco el sufrimiento que puede traer el descreer como confrontación y como posibilidad. Pero puede resultar una aventura que enriquezca la fe a grados nunca conocidos.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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