Me propongo, siempre brevemente, ofrecer una reflexión sobre un punto fundamental para mí en este tiempo: el ser humano como centro de la evangelización.
Como en muchos momentos de la historia y en muchas situaciones de los últimos cien años, los cristianos se han caracterizado por no comprender el tiempo que viven y mucho menos los tiempos que se avecinan.
Por lo mismo terminan siempre siendo seguidores de las tendencias y fuerzas que se dan en la cultura. Así su mensaje pierde la fuerza iluminadora y conductora que debería caracterizarlo.
Eventualmente es absorbido por la fuerza cultural y termina realizando su misión en los términos impuestos por ella.
La selfie representa el tejido y la trama de la nueva cultura. La persona queda definitivamente en el centro del interés y la preocupación. Esta es máxima representación del tiempo presente. Y los cristianos en su quehacer proselitista no han escapado a este influjo.
Observemos el contenido del mensaje evangelístico, los temas de los programas de formación de los nuevos creyentes y la pauta de los medios cristianos de comunicación.
Es imposible soslayar esta idea: el ser humano como centro de la evangelización. Aunque se dice que todo se hace en nombre de Dios los temas supremos son la felicidad de la persona: hablamos de su bienestar, de su salud, de su estabilidad emocional. Aseguramos la sanidad de enfermedades y adicciones, su paz personal y familiar, sus finanzas y finalmente su felicidad futura en el cielo.
Podríamos resumir esto en las siguientes palabras: “Dios reina en los cielos para que tú seas feliz”. O de otro modo, “Si tú te haces cristiano, te garantizamos que vas a ser feliz en esta vida y más tarde vas a ser feliz en el cielo”.
Ustedes podrán justificar de mil maneras por qué confeccionan este tipo de mensaje, pero nunca podrán negar que el centro de esta predicación y de esta filosofía cristiana es la felicidad de la persona.
Es, ni más ni menos, una rendición formidable al espíritu imperante en el mundo. Hemos puesto al ser humano como el centro de la evangelización.
Lo que hay que tener en cuenta es que el alcance de la obra de Cristo trasciende el problema de la salvación individual. Si afirmamos que la única y sola razón por la que Cristo vino al mundo fue salvar a las personas estamos reduciendo la titánica extensión y alcance de su obra.
Aparte de salvar a los que crean en Él, Cristo vino a reconciliar todas las cosas en sí mismo, las que están en el cielo y las que están en la tierra y eso significa todas las cosas. Su propósito es redimir las cosas creadas, incluyendo al hombre, hasta donde sea posible en una realidad caída hasta que El venga. El centro es Él
Pero más que eso aún, el centro de la realidad es Dios. Es Su gloria. Es Su propuesta de ser nuestro Dios independientemente de nuestra salud, nuestro bienestar o nuestra felicidad. Si esas cosas vienen como consecuencia de ser salvos, bien. Esto confronta al ser humano como centro de la evangelización. El tema no es nuestra salvación y nuestro bienestar. Es Dios. Sí, es El.
El presente artículo se encuentra en el libro “La palabra en su laberinto”, escrito por Benjamín Parra Arias.
Se encuentra disponible en formato PDF en el sitio Las hojas de Parra.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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