Por estos días me aqueja una dolencia que no me permite estar mucho tiempo sentado. Ayer tenía una jaqueca que me duró 24 horas. De repente me acordé de que mi psicóloga me recomendó una serie coreana: “Está bien no estar bien”.
Estas tres frases anteriores podrían llevar a cierto sector de fe a sacar algunas conclusiones – a lo menos, apresuradas. Pensarán, me imagino, que mencionar dolencias físicas personales en un blog de opinión es inadecuado. Se preguntarán seguidamente cómo una persona de fe puede tener dolencias provenientes del estrés y la ansiedad. Y finalizará su breve reflexión preguntándose por qué debería depender de una psicóloga para atender asuntos de evidente origen espiritual.
Así que, en rápida sucesión, habrán juzgado el contenido de estas notas y la aparente falta de confianza de este autor en el poder sanador del Señor.
Cuando ocurre que alguna hermana o hermano no está bien, pasan ciertas cosas. Le preguntarán cómo está su vida de oración y su relación personal con el Señor. Seguramente no dejarán de mencionar que cualquier cosa indebida que uno haya hecho puede traer consecuencias sobre la salud física y mental. Y le enviarán algunos versículos alusivos al tema. Quizá le manden algunas recetas naturales para aliviar las dolencias. Y también algunos esos mensajes poéticos que lo animan a uno a confiar en el Señor.
Nos apresuramos con fervor a decir que todos estos mensajes y disposiciones de la palabra son recibidos con cariño y gratitud. Más que nada, porque vienen de personas que lo quieren bien a uno. En las próximas líneas, sin embargo, me gustaría mencionar algunas cosas que también se pueden hacer en estos casos.
Todavía no comienzo a mirar la serie que me recomendó mi amiga psicóloga, pero el título me ha animado a escribir estas líneas. Suele haber una demanda que a veces encuentro incluso deshumanizante sobre el hecho de que uno debe estar siempre bien. ¿Estar bien no debería ser, acaso, el resultado de la “vida abundante”? Tanto es así que, en muchas ocasiones, solemos decir que estamos bien y sonreímos a pesar de que por dentro llevamos una procesión de dolor.
Pues bien, la vida abundante no tiene que ver con siempre estar bien. Tiene más bien que ver con una disposición permanente del ser a creer en Dios en toda circunstancia. Y, por supuesto, a seguir sirviendo a los que amamos y a los que a los que están más lejos.
No tenemos ninguna póliza de garantía contra enfermedades, tristezas, decepciones o angustias; éstas forman parte de la realidad de la vida. Y son cosas que nos acercan a la realidad de la mayoría de las personas entre las que vivimos. Nos recuerda que, pese a los revestimientos de la fe, somos tan humanos como ellos.
Por esa razón, y por muchas otras, a veces está bien no estar bien. Es parte de la vida.
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