Presenté hace tiempo a un grupo de comunicadores un número de desafíos y problemas con que nos confronta la cultura contemporánea. Planteaba preguntas sobre la crisis social y económica, el desastre ecológico, la calidad de la educación, la familia y su laberinto, el impacto de la delincuencia y la explosión tecnológica, entre varias otras.
Alguien que leyó el documento respondió: “A mí me vas a encontrar orando a los pies de la cruz”. Es imposible sustraerse a la poética espiritualidad y belleza del cuadro. Cualquier creyente bien puesto me miraría con cierto reproche y diría: “Aprende, Benjamín, de eso es lo que se trata”.
Pero hace ya muchos años que la poética del discurso no me seduce, por lo que soy frecuentemente reprendido por mi corazón herido, alguna raíz de amargura y serias dudas acerca de mi conversión. Eso solía angustiarme hasta que entendí que lo que está escrito habla; defenderme sería desteñir su gravedad.
Sí conviene que explore el sentido de la respuesta recibida. ¿Sugiere la persona que nos respondió que con una determinada cantidad de creyentes orando las naciones van a ser transformadas? Como no vemos ese cambio, hay que plantearse preguntas.
En vista de que las condiciones de los países en donde los cristianos oran todos los días siguen igual o peor, ¿pensaremos que las oraciones han sido insuficientes o que Dios no escucha? Si han sido insuficientes, ¿es debido a que no hay suficientes cristianos que oren por sus países? Si eso es así, ¿de qué van estas palabras de Jesús: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos”? Si Dios no escucha, ¿es porque no le interesa el sufrimiento de los pueblos o es porque estamos orando por algo que nosotros tendríamos que hacer?
Son muchas preguntas. No sólo para esta columna de opinión, sino para la vida entera de la gente que cree. Pero digamos que a los pies de la cruz deben ocurrir al menos dos cosas: un derramamiento del alma por el dolor de nuestros pueblos y la intercesión por ellos, y pedir entendimiento de cómo vamos a participar activamente para mejorar los días de la gente en todos los campos de la vida social.
De otro modo, la oración será un ejercicio espiritual que nos hará sentir bien… respecto de nosotros mismos.
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