Hoy, la música está en el aire y yo me doy cuenta porque la siento también dentro de mí. No es una ilusión ni un truco de los sentidos. Debe ser que la he tenido siempre cerca. Desde adolescente supe entrar en el gusto de la música. Recuerdo que una vez mi papá me dijo que, en tiempos de tristeza o melancolía, la música era una terapia. Esto, a pesar de que en nuestro mundo evangélico la música de la radio era considerada “profana”.
Esto es intrigante, porque si no la totalidad, la absoluta mayoría de cristianos con los que me relaciono, escucha música “no evangélica”. Usted lo puede constatar en su playlist del teléfono o la computadora. La llevan en el aparato de sonido de su vehículo, tienen cuenta en Spotify. Yo tengo mi propia lista en teléfono y computadora. Detesto estar registrado en los proveedores de música. Ese soy yo, y punto.
La música está en el alma. Esto puede sonar molesto a los oídos ortodoxos, pero como ya debo haber dicho esto varias veces aquí, eso me importa muy poco a estas alturas. La música nos fue otorgada en el diseño original. Y no sólo para “alabar” sino también para disfrutar, compartir, bailar y compartir.
Se equivocan quienes creen que las “danzas hebreas” solamente se referían a Dios. Celebraban los días de la fiesta, de la siembra, de la cosecha, de las bodas, de los nacimientos y, por supuesto, también alababan a Dios.
Quiero decir que no existen categorías, divisiones en la música. Si uno mira las fotografías de la tierra desde el espacio exterior, no ve fronteras ni colores diferentes de países como en los mapas. Esas categorías son humanas. Lo mismo ocurre con el arte, con la educación, con la ciencia. No existen territorios “cristianos” de cosas. Hay gente cristiana que las hace y gente que no. ¿Por qué es tan difícil aceptar esta cosa tan simple?
Pero como tantos otros asuntos, la música es música. Los apellidos son inventos para hacer creer que nosotros somos únicos, especiales. Se olvida que Jesús, cuando estaba entre la multitud, era imposible encontrarlo. Era igual a todos. No tenía aureolas ni vestimentas superiores. Así que, por eso, la única decisión que hago en mi lista de reproducción es no incluir canciones que promuevan cuestiones que no correspondan a mis convicciones.
Y sí. Hoy, la música está en el aire y la disfruto en paz, lejos de sanciones y críticas señoriales
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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