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La palabra en su laberinto

“En la mayoría de los casos de personas hablando con otras, la comunicación humana no puede ser reducida a información. El mensaje no solamente implica, sino que es una relación entre el que habla y el que escucha. El medio en el cual el mensaje es instalado es inmensamente complejo, infinitamente más que un código: es un idioma, una función de una sociedad, una cultura, en todo lo cual el lenguaje, el que habla y el que escucha están involucrados.”

(Ursula K. Le Guin, Hablar es escuchar)

En las últimas semanas me ha correspondido enviar varios correos electrónicos a una gran cantidad de personas. En un primer caso, más de la mitad de los correos fueron devueltos porque el remitente cerró su cuenta, está inactiva o inhabilitada. Esto, pese a que continuamente estamos recomendando a las personas que nos ayuden a mantener actualizados sus datos.

En otros casos la respuesta recibida contiene preguntas que están respondidas en el correo original. Deducimos de esto que o no han leído todo el documento o no lo han comprendido.

Digamos en descargo nuestro que los mensajes enviados están diseñados de una manera directa y clara; al menos eso nos parece después de haberlo sometido previamente a la revisión de uno o más de nuestros colegas.

Me intrigan dos cosas en esta experiencia: una es que casi todas las personas a las que dirigimos estos mensajes son comunicadores que operan un medio masivo cristiano. La otra es que como cristianos se espera que conozcan adecuada y ampliamente un documento escrito de unas 980 páginas que es el fundamento verbal de lo que creen: la Biblia.

En ambos casos, la palabra el instrumento crítico y fundamental de su trabajo. ¿No deberían, por lo mismo, tener un dominio mínimo de la palabra para comunicar en forma efectiva? Por otra parte, ¿no deberían tener, en tanto comunicadores públicos, un manejo suficiente del documento escrito que sirve de base a su fe – la Biblia – que contiene más de 770.000 palabras?

Como en todas los ámbitos de la vida, hay saludables y honrosas excepciones a esta cuestión. Pero como hemos dicho tantas veces aquí, tales excepciones confirman la veracidad del hecho.

“… El medio en el cual el mensaje es instalado es inmensamente complejo, infinitamente más que un código: es un idioma, una función de una sociedad, una cultura…”

(Este artículo ha sido especialmente escrito para la radio cristiana CVCLAVOZ)

Benjamín Parra Arias

Hay otros universos alrededor nuestro. Contenidos, significados, códigos diversos. Sobre todo, vidas intensamente reales. Espejos donde nos vemos tal cual. Imaginaciones, sueños, broncas, esperanzas, crónicas y memorias...

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