Este breve tratado sobre las ironías y vueltas de la vida constituye un discurso testimonial. Algunas cosas siguen pareciéndome así y otras simplemente han cambiado. Porque, para citar por enésima vez a Morfeo en “Matrix”, hay cosas que nunca cambian y otras que cambian todo el tiempo.
¿Se han dado cuenta cómo tanta gente escucha y lee tanto para saber tan poco? Necesitan todo el tiempo que alguien le diga cómo vivir, cómo hacer, cómo no hacer, cómo andar, cómo no andar. O fíjense en esto otro: Multitud de horas de charla para entretener siempre las mismas preguntas, perseguir idénticas palabras, repetir consignas, atender los mismos asuntos.
¿No les asombra cómo todo el mundo se obsesiona de tanto en tanto con escatologías de trompetas, copas, templos y guerras en tierras sagradas? ¿O cómo recorren incansablemente el abecedario para memorizar las mismas cuestiones de hace veinte años?
Una vez más me encuentro con la paradoja del cuerpo que se torna adverso y se deteriora a la vez que la mente se amplía. Y, al mismo tiempo, tengo la fortuna de la curiosidad para entrar en nuevos territorios, pero me canso cada vez más pronto.
Con el paso de los años, me crece la humildad para confrontar las viejas creencias y buscar más profundos significados; todo eso, en tanto que la memoria se va diluyendo.
¿Qué más digo sobre las ironías y las vueltas de la vida? Al mismo tiempo, gano alguna sabiduría y un poco de modestia cuando va quedando tan poco para vivirlas. O, imagínense, entender cierto misterio de la vida cuando ya uno no tiene ganas de andarlo diciendo por ahí.
Por ejemplo, se invierte tanto tiempo en los caminos del amor para llegar a la sobria conclusión que es eterno mientras dura. O que, a lo más, se prolonga apenas por un corto invierno. Recuerdo cómo construimos universos compartidos, soñamos sueños comunes e hicimos alianzas definitivas.
Sin embargo, una tarde nos tuvimos que largar en un camión de mudanza como fugitivos sin que ninguno de mis colegas viniera a darnos una mano. Oh, mis amigas y amigos, prometimos con tanta pasión lealtades y compromisos que a la larga eran imposibles, porque el horno no estaba para bollos, porque todo cambia todo el tiempo.
Tocar puertas que no se abren, pronunciar endechas que no sacan ni una sola lágrima, hacer sonar una música que no provoca alegría ni bailes alborozados. O, también, ensayar metafísicas simplificadas y comprobar que igual son incomprensibles para la inmensa mayoría, citar sin éxito fragmentos misteriosos del canon lateral.
Las ironías y vueltas de la vida…
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