El concepto de familia como un lugar de amor se viene desmoronando hace más de medio siglo. En los años ochenta la tasa de divorcios superaba el 50 % en todo el mundo. Esta realidad afectaba a todas las clases sociales, sin distinción de raza o de religión.
Sin embargo, sigue existiendo esa idea de la familia como un lugar de amor, de solidaridad, de proyecto común. Esto es más fuerte en los círculos religiosos. Consideremos la siguiente cita que leo en un diario local:
Todo lo que recibimos en la familia nos dura la vida entera. Ahí se cultiva el amor, ahí está la fuerza de la Nación.
Mario Poli, Cardenal Primado de Argentina
Monseñor expresa, en su primera frase, una verdad bíblica irrefutable. Pero la idea siguiente, que la familia es un lugar de amor, se cae a pedazos. Los hechos y los números son un terrible mentís a semejante esperanza.
Siempre afirmamos en estos espacios que hay excepciones. Sin duda hay quienes pueden asegurar que crecieron en familias felices y plenas, hecho que no hace más que confirmar la excepción a toda regla.
Es notable que en el mismo periódico, sólo unas páginas más adelante, se publica un estudio realizado en parejas por el psicólogo Nicolás Ampoli, cuyos resultados desmienten a Monseñor Poli:
Algo sorprendente es que el 9 % de las chicas en relación de noviazgo adolescente han experimentado una o más de las violencias descritas.
El prelado tiene razón. Todo lo que los hijos observen y experimenten en sus familias, según sus palabras, les dura la vida entera. Pero en vez de afirmar que la familia es un lugar de amor, debería haber dicho que debería serlo.
Es bastante raro que la familia, actualmente, sea un nidito de amor. No desconocemos que hay nobles gestos y hechos singulares. Pero los psicólogos pueden decirnos, con amplia base de evidencia, que la familia ha sido la mayor fuente de los conflictos que mujeres y hombres experimentan hoy.
Creo que debemos ser realistas al pensar en el tema de la familia. Todas las relaciones humanas tienen el potencial de grandes afectos y terribles daños. Y la familia es donde uno es más vulnerable. La infancia no da tiempo para construir las defensas y los criterios adecuados para enfrentar todo esto. A menos, claro, que sea un lugar de amor.
Ya en la escuela, en las amistades y en el trabajo vamos teniendo tiempo de construir máscaras, escudos y armaduras. Pero lo que recibimos en la familia, citemos de nuevo a Monseñor Poli, dura toda la vida. Sólo grandes acontecimientos podrán modificar esa herencia.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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