En el segmento publicitario de un medio de comunicación confesional oigo esta afirmación: “Defendemos el matrimonio”. La consigna, en su acepción de fórmula breve que se utiliza como expresión de una idea y que moviliza ánimos y voluntades en el ámbito de la religión, la política y otros espacios sociales, incrementa su carga emocional con la brevedad. La apelación a los sentidos y la concisión le otorgan una fuerza cuyo objetivo es contagiar. No está concebida para llamar a la reflexión o al diálogo: su objetivo es ser una especie de orden, fomentar una postura que aglutina y apasiona.
Un problema con la consigna es que margina y desvaloriza, intencional o inadvertidamente, a las personas que se encuentran fuera de sus límites. La que comento aquí implica la defensa de las personas que están casadas. Ojalá resulte obvio que esta breve reflexión no trata del matrimonio; la intención es nada más llamar la atención de la audiencia respecto de las personas que resultan damnificadas en la aplicación de esta consigna. Es importante porque está expresada en el ámbito de una cultura religiosa cuyo fin declarado es llegar – y ojalá abrazar – a todos. Las personas a las que me refiero son las que están solteras, divorciadas o viudas y que no quieren, por diversos motivos, casarse. No se oyen en la institución cristiana o en sus medios de comunicación consignas en su “defensa”.
En un programa de radio cristiana una entrevistada que cuenta los avatares de su pasado divorcio desliza en un momento que estaría dispuesta a casarse de nuevo. Al presentador le parece venturoso y feliz el hecho que lo considere. No parece haber quien se alegre también por una persona que desea quedarse sola indefinidamente.
¿No es bueno que alguien que no está casado quiera permanecer en ese estado? ¿No habría para él o para ella también un complacido reconocimiento a la legitimidad de su deseo? ¿No habría también para ellos una consigna: “Defendemos a la gente soltera, divorciada o viuda que quiere permanecer en este estado?” Por dos razones no: una, la consigna sería muy larga – y ya no sería una consigna y no tendría tanta fuerza emocional; la otra es porque en los ámbitos confesionales no se considera que el deseo de permanecer solo sea algo defendible y bonito…
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