Un poco de ansiedad nos ayuda a seguir adelante. Pero mucho de ella puede llegar al extremo de causar ataques de pánico. Existen detonantes que llevan hasta este punto: pensamientos que generan ansiedad y que a veces no notamos. Para evitar este tipo de situaciones, debemos tener en cuenta qué hechos desencadenan la ansiedad.
Estudios demostraron que intentar adivinar el final de un libro crea conexiones cerebrales, pero no funciona cuando lo aplicamos en situaciones cotidianas. Al intentar predecir el futuro caemos en la preocupación. Pensamos qué podría salir mal y lo terrible que nos iría. Esto crea miedos infundados y representa un desgaste de energía. Además, no es una solución porque el futuro escapa de nuestro poder.
Querer predecir el porvenir es contraproducente: genera ansiedad y puede convertirse en un mal hábito.
Imaginar los peores escenarios es una causa de la ansiedad. Pensar que solo ocurrirá lo malo y que no hay esperanza es una forma de predisponerse al fracaso. Todos estos pensamientos hacen que el cerebro se altere más de lo necesario. El resultado es que la ansiedad toma control de la mente y se manifiesta en el cuerpo.
Los ataques de pánico pueden ser provocados por pensamientos sobre un escenario apocalíptico que solo existe en nuestra mente.
Ver únicamente la parte positiva de la vida puede llevar a un sentido de falsa realidad. Pero ver solo lo negativo crea ansiedad. Debe existir un balance entre ambas perspectivas. Ningún extremo es bueno para la salud mental. Al ignorar las cosas buenas de la vida podemos sufrimos de estrés y preocupación. Estos se manifiestan en dolores musculares, migraña, insomnio, falta de apetito y/o ansias de comer en exceso.
Los pensamientos negativos siempre llevan a la ansiedad, y es por eso que debemos evitarlos.
A veces, una experiencia se convierte en la regla con que medimos los demás hechos de la vida. Por ejemplo, si tras comer fresas tuvimos dolor de estómago, la siguiente vez dudaremos en comer dicha fruta. Si bien es una excelente manera de protegernos de los peligros, en ocasiones genera ansiedad. Existen casos en los que la generalización ha causado más dificultades que el problema en sí.
Por ejemplo, alguien fallece después de que le hubieran aparecido pequeñas ronchas rojas en el cuerpo, y si generalizamos la situación, cualquier marca que veamos puede hacernos pensar en la muerte. Pensamientos así causan ansiedad porque tomamos un hecho aislado como la norma general. Por tal motivo debemos evaluar cada caso por separado y no guiarnos por una única mala experiencia.
Lo peor de los pensamientos que comienzan con ≪¿y si…?≫ es que nos impiden avanzar. Pensar en las posibilidades de lo que pudo o podría ser causan ansiedad. No ayudan a arreglar un problema. Tampoco son la salida para un conflicto. No pueden reparar el pasado ni evitar el futuro. Pero continuar imaginando los posibles escenarios ponen a nuestra mente en un estado de ansiedad. Tanto que pueden convertirse en ataques de pánico.
A menudo, los peores insultos nos los decimos nosotros mismos. Poner etiquetas es algo que hacemos a diario, consciente o inconscientemente. Pero cuando esas son negativas, nuestro cerebro las toma como ciertas, aunque no lo sean. Decir ≪soy ansioso (a)≫, ≪soy torpe≫, ≪soy tonto (a)≫, etc. es perjudicial para la salud mental. Estos pensamientos generan ansiedad y repercuten en el cuerpo.
El siguiente crédito, por obligación, se requiere para su uso por otras fuentes: Artículo producido para radio cristiana CVCLAVOZ.
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