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Alas por lombrices

Una familia de colibrís vivía en lo alto de la copa de un árbol. Desde esa maravillosa altura, el padre de aquellos pichones les hacía ver lo maravilloso que es tener alas y poder volar. Pero entre los pequeños había uno que se dejó llevar por el sonido titilante de una campanita que terminó cautivando toda su atención.

El pajarillo, lleno de curiosidad, bajó a la tierra para  ver de dónde provenía el sonido que tanto le atraía, y vio a un hombre en un carro que gritaba: “¡Vendo lombrices!, ¡Una lombriz por dos plumas!”

Al pequeño colibrí le encantaban las lombrices y aquella oferta le parecía imperdible. Sin pensar más, se arrancó dos plumas de sus alas, las cambió por una lombriz para comérselas y regresar a su nido en las alturas.

Al día siguiente volvió aquel sonido a llamar su atención y sin titubear un segundo, bajó nuevamente a cambiar otras dos plumas por una lombriz. Pero un día, que parecía normal, bajo para hacer su negocio y al terminar de comer, batió sus alas para regresar a las alturas, pero todo era inútil, el ave ya no podía volar porque se quedó sin plumas.

El pobre colibrí estaba atado a la tierra y condenado a arrastrarse en lugar de volar. Había cambiado sus alas y su libertad, por un puñado de lombrices.

Aunque solamente se trata de una fábula, puede ayudarnos a comprender cómo poco a poco, algunas cosas que parecen pequeñas al principio, con el tiempo pueden llegar a perjudicar a cualquiera. Son esos hábitos que parecen inofensivos y se meten como pequeñas zorras en el viñedo, hasta arruinar la cosecha por completo.

Hebreos 12:15-17 dice: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados; no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas.”

La envidia, el chisme, los celos, los malos pensamientos, la crítica, decir palabras ofensivas, la flojera, amargura, odio, rencor, mentiras, etc. son algunas prácticas que parecen inofensivas, pero su final es el mismo que tiene cualquier pecado.

La oración de David escrita en el Salmo 51, es una invitación sincera a Dios pidiendo que limpie todo lo malo que hay en él para mantener su santidad. El versículo 10 dice: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Sin duda, David sabía que su corazón estaba inclinado constantemente al mal, pero también conocía la misericordia de Dios y estaba seguro que lo ayudaría a limpiar todo lo malo en su interior.

Jeremías 17:10, afirma que Dios escrudiña la mente y conoce la intención del corazón. Sin duda no existe un lugar donde podamos escondernos de su Presencia y de su Amor.

No actúes como el colibrí de nuestra historia ni como Esaú, que cambiaron algo tan importante por otra cosa que al final no tenía ningún valor. No dejes que esas pequeñas actitudes y acciones, eviten que tengas una cosecha de bendiciones para tu vida.

Salmos 66:17-20 “Pues clamé a él por ayuda, lo alabé mientras hablaba. Si no hubiera confesado el pecado de mi corazón, mi Señor no me habría escuchado. ¡Pero Dios escuchó! y prestó oídos a mi oración. Alaben a Dios, quien no pasó por alto mi oración ni me quitó su amor inagotable.” (Versión NTV)

 

El siguiente crédito, por obligación, es requerido para su uso por otras fuentes: Este artículo fue producido por Radio Cristiana CVCLAVOZ.

CVCLAVOZ

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